Nagoya es (o era) un restaurante japonés de los que yo denomino “de barrio”: restaurantes de precio medio con una propuesta correcta, acorde con un nivel de precios comedido. Este restaurante tuvo durante muchos años un local en la calle Clara del Rey, a pocos pasos de mi casa, y al que fui muchas veces cuando había ganas de sushi sin mayores complicaciones. Siempre resultó una experiencia agradable. Desgraciadamente este restaurante cerró hace ya más de diez años y se trasladaron (o quizá ya tenían) a una zona más animada, a Chamberí, a un paso de la populosa Plaza de Olavide.
Había venido ya a este local hace varios años y no salí con la sensación de esta vez; precios razonables pero con cantidades ridículamente pequeñas, de tal forma que tienes que pedir bastantes cosas para quedarte bien. Una tendencia cada vez más habitual en restaurantes japoneses madrileños.

Comenzamos con un wakame su (ensalada de algas y pepino en vinagre), y ya fue un pobre inicio: la ración más bien parecía una tapa de acompañar las cervezas. A continuación, namaharumaki (rollitos de langostino y verduras envueltos en hoja de arroz).


Este plato ya fue el culmen de lo que me pareció una tomadura de pelo: salmón katsu, unos minúsculos cuadrados de salmón empanados en surimi.

Tekka maki, seis pequeños makis de atún.

Yakisoba: tallarines salteados con carne y verdura. Correcto, quizá lo mejor de la cena.

Como nos quedamos con hambre, pedimos también otros makis: Ebi tempura maki, langostino en tempura con aguacate.

En total la cuenta para dos personas (con cerverzas) fue de 68€. Una experiencia regular, tanto en lo comido como en lo pagado por ello. Para no volver.